miércoles, 30 de enero de 2008

EL EJE ROMA-BERLÍN-TOKIO

Nunca una palabra fue tan mal empleada como el término “Eje” que se refiere a la alianza militar entre Alemania, Japón e Italia durante la segunda guerra mundial. Mussolini, maestro insuperable en el arte semántico, fue quién acuñó por primera vez este término tratando de simbolizar una alianza militar que en la práctica nunca existió. Cuando en 1937 se formalizó la alianza entre los tres países totalitarios nadie dudaba del ejército fantasma de Mussolini ni de su imperio de papel. Ni siquiera Hitler, que ya intuía mejor que nadie la debilidad de su colega italiano, sospechó jamás que esa debilidad fuese tan crítica y patética como demostraron los hechos posteriores. Japón, por su parte, era efectivamente una gran potencia y lo demostró con creces durante la guerra del Pacífico, pero nunca coordinó sus fuerzas con sus aliados del pacto. La realidad de los hechos es que Alemania y Japón debieron luchar por su cuenta contra una coalición de países que supieron limar sus diferencias para enfrentar en conjunto a las potencias totalitarias.A la hora de las críticas pocos recuerdan que Japón debió luchar durante casi cuatro años con una potencia pródiga de recursos humanos y materiales como los Estados Unidos sin recibir ninguna asistencia de sus "aliados". Lo mismo sucedió con Alemania en Europa que durante seis años se las ingenió para enfrentarse al resto del mundo con admirable determinación.


Hitler y Mussolini


Cuando estalló la guerra en septiembre de 1939 con la invasión alemana en territorio polaco, curiosamente fue la Unión Soviética la que colaboró con Alemania en el desmembramiento de Polonia. Japón e Italia se mantuvieron al margen por distintas razones, pero para suerte de los alemanes, Polonia sucumbió en menos de un mes a su maquinaria de guerra. El pacto de acero ya entonces se demostró una farsa y quedó claro que tanto Italia como Japón no tenían intenciones de comprometerse con la guerra de Hitler. Los intereses del Japón estaban en el Pacífico y Estados Unidos era el gran obstáculo a esas ambiciones de expansión. Italia, por su parte, respetó a rajatablas su tradicional estilo de oportunismo en el sentido de comprometerse militarmente con el bando ganador.A pesar de la insistencia alemana, Mussolini se mantuvo neutral hasta donde pudo y sólo cuando vio caer a Francia decidió entrar en guerra. Hasta el fatídico 10 de junio de 1940, Mussolini se mantuvo expectante y vacilante aguardando la suerte de Alemania en el campo de batalla. Italia inventó un nuevo status y se declaró país “no beligerante”, no obstante la furia de Hitler en el sentido de que no se estaban cumpliendo los compromisos asumidos en el pacto de acero. Al ver que una potencia histórica como Francia se desmoronaba ante el avance incontenible del ejército alemán, Mussolini, temeroso de ser la próxima víctima del antiguo cabo austríaco, se apresuró en unir el destino de su país a la suerte de Alemania. A partir del ingreso de Italia en la guerra, los desaciertos militares se sucedieron en cadena y gravitarían de manera determinante en la suerte militar del Eje Roma-Berlín-Tokio. El traicionero ataque italiano contra una Francia que ya estaba derrotada se transformó pronto en una pesadilla ante la tenaz y heroica resistencia que ofrecieron los franceses a los invasores. El ejército italiano, guiado por duques y príncipes que pensaban recrear la aventura etíope sufrió enormes pérdidas y dejó al desnudo su absoluta falta de preparación. Ya entonces el mundo pudo comprobar el bluff de Mussolini quien, sin embargo, seguía empeñado en abrir una guerra paralela a la de Hitler. Para ello eligió el escenario de los Balcanes y desde Albania atacó a Grecia sin consultarlo con Hitler en octubre de 1940. Después de todo, su colega alemán jamás le informaba sus planes de ataque y pensó que ésta era su revancha. Los griegos, con un ejército anticuado se reorganizaron y detuvieron a los invasores con valor y tenacidad obligando a los italianos a una lastimosa retirada.De pronto, los griegos pasaron de ser invadidos a invasores y de no haber mediado la intervención alemana los griegos hubiesen ocupado la mismísima Italia. La famosa “passeggiata” de Mussolini culminó en un desastre militar que afectó incluso los planes de guerra de Hitler obligándolo a retrasar el ataque en la Unión Soviética con consecuencias letales en el mediano plazo. Los desastres italianos en Africa fueron aún peores ya que los italianos se rendían casi sin combatir regalando centros estratégicos de abastecimiento. Etiopía, Somalia y Eritrea fueron rápidamente deglutidas por los aliados y de no haber mediado la presencia de Rommel, la guerra en Africa hubiese durado a lo sumo un par de meses. Los errores militares de la Italia Fascista fueron de tal magnitud que recientemente dieron pie a nuevas teorías sobre su verdadero rol en la guerra. ¿Los errores pudieron deberse a un acuerdo secreto entre la oficialidad italiana y los ingleses para perjudicar a Hitler?. Hay quienes afirman que las fuerzas armadas italianas querían perder para librarse del Duce; otros sostienen que Mussolini en un pacto secreto con Churchill acordó un plan para afectar los intereses alemanes a cambio de recompensas territoriales una vez terminada la guerra. Cualquiera sea la verdad, lo cierto es que los alemanes no querían saber nada con los italianos y viceversa, por un odio ancestral entre ambos pueblos que ninguna alianza o tratado pudo cambiar.


Mussolini recibe a los japoneses en Palazzo Venezia 1941

La intervención japonesa durante la guerra tampoco favoreció los intereses del Eje.En diciembre de 1941, cuando los alemanes estaban a las puertas de Moscú frenados por la llegada del invierno ruso, Hitler esperaba que los japoneses atacaran a Rusia desde Siberia acorralando a las tropas soviéticas en una gigantesca operación de pinzas que habría acabado con toda resistencia. Sin embargo, los japoneses al igual que Mussolini desconfiaban de Alemania y temían un posterior ataque alemán en el Pacífico. Si los japoneses hubiesen atacado a la Unión Soviética desde Siberia seguramente ésta hubiera capitulado en poco tiempo y los alemanes habrían alcanzado un poder militar incontrastable. Para evitar esto, los japoneses decidieron embarcarse en una guerra paralela con los Estados Unidos con la esperanza de que los alemanes y los rusos siguieran enfrascados en una guerra de desgaste. Lo concreto es que el ataque a Pearl Harbor solo sirvió para despertar a un gigante dormido como los Estados Unidos, brindándole a Roosvelt el pretexto necesario para convencer a su pueblo de que la guerra era inevitable. La guerra paralela que sostuvo Japón en el Pacífico no puede siquiera compararse con la guerra patética de Mussolini en los Balcanes pero su efecto final fue igualmente negativo para la suerte militar del Eje.
Los japoneses desconfiaban de los alemanes, los alemanes desconfiaban de los japoneses e Italia desconfiaba( y temía) de los alemanes. Esta singular trilogía fue cualquier cosa menos un Eje y encarnó la antítesis de lo que debería ser una alianza militar en cualquier época.El Eje Roma-Berlín-Tokio fue una alianza absurda que sus pueblos pagaron muy caro en el campo de batalla y en la destrucción de sus países. Alemania terminó la guerra con sus ciudades arrasadas por las bombas enemigas; Japón padeció los efectos devastadores de las bombas atómicas en el seno de su territorio y la Italia fascista se transformó en una república fantoche que inspiraba más pena que odio.

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